El papel de comunicadores y educadores en la democratización de la cultura

El fenómeno de la cultura es complejo, pero es clave para comprender el universo social. No sólo incluye los valores y las regularidades normativas de una sociedad, sino que también abarca los significados sociales que las personas otorgan a los objetos, a las acciones y a las relaciones sociales que se establecen entre ellas. Implica la constitución de un imaginario social.
Cada cultura en su conjunto es una producción colectiva, anónima, creada a lo largo del tiempo, en estrecha relación con las circunstancias temporales, espaciales y sociales de la sociedad donde se realiza. La cultura configura la identidad social y contribuye a la memoria colectiva.
A lo largo de la historia, la Humanidad ha sido testigo del avasallamiento cultural que han realizado aquellos que se consideraron “superiores, civilizados”. En la actualidad, no estamos exentos de ello. Por esto, es necesario repensar dónde nos situamos en este complejo mundo de la globalización.
Mi ensayo intentará reflexionar sobre el papel que ocupa a comunicadores y educadores en torno a la problemática de la cultura, dado que considero que la hegemonía cultural se logra por medio de las superestructuras, entre ellas, los medios de comunicación y el sistema educativo.
El surgimiento de los medios de comunicación cambió radicalmente la manera en que las formas simbólicas eran producidas, trasmitidas y recibidas por los individuos. En la actualidad, su función fundamental es el suministro y la construcción selectiva del imaginario, mediante el cual percibimos y representamos a las otras realidades, las otras culturas y a nosotros mismos.
En este contexto, el comunicador debe reivindicar su compromiso con la sociedad, anteponiendo siempre el sentido ético que le cabe como profesional. Es necesario que asuma la responsabilidad de democratizar el conocimiento, contribuyendo de forma proactiva al desarrollo social.
Muchas veces se habla de la “objetividad” que debe tener el comunicador. No obstante, esto me parece una concepción totalmente errónea. Antes bien, es necesario montar estrategias comunicacionales que permitan transparentar las huellas ideológicas, para que éstas no se oculten ni distorsionen la información, sino que sean un elemento más de construcción social.
Por otra parte, el educador y con él, el proceso de alfabetización, juegan un papel imprescindible en la conformación de la cultura. En este sentido, me gustaría traer a consideración las observaciones formuladas por Antonio Gramsci, y que Giroux recrea, a propósito de la problemática de la alfabetización:
“Gramsci, verdadero maestro de la dialéctica, consideraba la alfabetización como concepto y como práctica social, como vinculada históricamente, por un lado, a las configuraciones del conocimiento y el poder, y por el otro lado a la lucha política y cultural en torno al lenguaje y la experiencia. Para Gramsci, la alfabetización era un arma de doble filo: podía esgrimirla tanto con el propósito de lograr la habilitación individual y social, como para perpetuar las relaciones de opresión y dominación”1.
En el primer caso, la alfabetización se presenta como la posibilidad de la persona para comprender y transformar su sociedad a partir de un pensamiento crítico.
En el segundo, la alfabetización se convierte en una herramienta que utilizan los gobiernos para perdurar en el poder mediante la dominación ideológica de la población. Tal es el caso de lo sucedido a mediados del siglo XIX en Argentina, cuando se construyeron diversas instituciones educativas, donde se “enseñaban” contenidos cuyo único objetivo era justificar el proceder político.
Por ello, es importante recalcar que para terminar con la dominación no sólo es necesario alfabetizar, sino que lo esencial aquí es permitir que esto se haga en un marco democrático.
Nuestra cultura nacional es altamente heterogénea, dado que históricamente estuvo conformada por grupos de diversos orígenes y con estilos de vida diferentes. A la heterogeneidad interna de cada país se debe agregar el dinamismo de las relaciones internacionales, acelerado en los últimos años por el efecto de la globalización. Esto produce manifestaciones culturales muy diversas.
De la misma manera, “la vida escolar no se conceptualiza como un sistema unitario, monolítico y riguroso de normas y reglamentos, sino como un terreno cultural caracterizado por la producción de experiencias y subjetividades en medio de grados variables de acomodación, controversia y resistencia”2. Es por ello que educar en la diversidad, en el respeto y, fundamentalmente, en la libertad es el ineludible camino ético que se debe tomar para salir de la hegemonía imperante.
La alfabetización necesita desarrollarse a partir de la dignificación de la pluralidad para lograr que las voces se unifiquen en torno a la identidad y memoria colectivas. Además, debe propiciar un marco ético que permita pensar cómo debería ser la vida comunitaria. Porque no se trata sólo de aprender por aprender. Es importante que el educando descubra la “relación dinámica, fuerte, viva, entre palabra-acción-reflexión”3.
Por otra parte, el educador debe brindar la posibilidad de cuestionar los diferentes discursos ideológicos, debe tener en cuenta la voz del educando, pues “educar es, en consecuencia, posibilitar el ser. Esta proposición (…) se opone a la idea dominante de nuestra época de llenar un hueco"4.
En definitiva, la función del profesor no es simplemente administrar la adquisición de conocimientos sino que es mucho más compleja. Debe propiciar “(…) una relación con el texto: una forma de atención, una actitud de escucha, una inquietud, una apertura5”, debe dejar aprender, con todo lo que ello conlleva.

A lo largo de este ensayo, he intentado abordar los desafíos a los que se enfrentan comunicadores y educadores en la actualidad. Fundamentalmente, su responsabilidad primera consiste en formar ciudadanos críticos que no se dejen avasallar por los discursos que, por convicción o conveniencia, propaga la ideología dominante: la de aquellos grupos socio-económicos que controlan el poder y los medios de comunicación.
¿Estaremos a tiempo de neutralizar la dominación? Yo creo que sí, en tanto y en cuanto, se produzca un cambio radical en la forma de pensar y ver la educación y la comunicación. En tanto y en cuanto, se conviertan en “praxis, reflexión y acción del hombre sobre el mundo para transformarlo6” .

26 de abril de 2010
Calificación: 10
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Notas

1 GIROUX, Henry: “Introducción: La alfabetización y la pedagogía de la habilitación política”, en FREIRE, Paulo; MACEDO, Donaldo: “Alfabetización: lectura de la palabra y lectura de la realidad”, Edit. Paidós, Barcelona, 1989, pág. 25.
2 Ibíd., pág. 40.
3 FREIRE, Paulo: “Hacia una pedagogía de la pregunta. Conversaciones con Antonio Faúndez”, Edit. La Aurora, Buenos Aires, 1989, en BRITOS, María del Pilar; BAUDINO, Silvina; UGALDE, Mónica: “Conocer es preguntar”, en “El Trabajo Intelectual”, Secretaría Académica de la UNER, pág. 4.
4 SCHMUCLER, Héctor: “El imperio de la Información como imperio de la banalidad”, en “Comunicación y Educación como campos problemáticos desde una perspectiva epistemológica”, de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Entre Ríos, pág. 46.
5 LARROSA, Jorge: “La experiencia de la lectura”, Edit. Alertes, Barcelona, 1996, cap. 1: “Literatura, experiencia y formación (entrevista por Alfredo J. Da Veiga Neto)”, pág. 33.
6 BARREIRO, Julio: “Educación y Concientización”, en FREIRE, Paulo: “La educación como práctica de la libertad”, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 1973, pág. 7.