Ensayo: "Medios de comunicación, cultura y efecto ideológico"

Ensayo basado en la novela 1984 de George Orwell

INTRODUCCIÓN


Todos nos comunicamos; comunicarse es una de esas experiencias sustancialmente humanas que asumimos como parte de nuestra cotidianeidad. En este sentido, los Medios de Comunicación Masivos (MCM) no son simples transmisores de información. Al contrario, permiten construir un sentido en la interacción. Pero además, tienen la particularidad de poder llegar a miles (a millones) de personas con gran facilidad. El mundo actual se encuentra conectado gracias a los MCM.
No obstante, es conveniente y necesario aquí preguntarse: ¿Qué relación existe entre los MCM y la ideología? ¿De qué manera pueden estos MCM contribuir a la constitución de las representaciones que tenemos del mundo?
Los medios de comunicación son agentes socializadores. Permiten vincularnos, compartir, intercambiar. Modelan los sentimientos, las creencias, entrenan los sentidos, ayudan a formar el imaginario social; en síntesis, fomentan y facilitan ciertas construcciones mentales por donde transcurre luego el pensamiento de las personas en sociedad. El papel de los MCM es determinante en la configuración de nuestro sistema ideológico.
Yendo al extremo, la dominación total de estos MCM llevaría al control total de la capacidad humana de crear realidades, subjetividades. En otros términos, sería el exponente del poder supremo. Es precisamente esto lo que sucede en la novela 1984 de George Orwell.
En la novela, el sistema pretende alienar al individuo, hacerlo virtualmente incapaz de pensar sobre sí mismo. Sólo aislando las influencias externas se podrá realizar el ideal del Ingsoc. El exterior sólo puede ser malo. Sólo el Gran Hermano y el Partido son capaces de ofrecer algo bueno al ciudadano de Oceanía.
Para lograr sus objetivos, el Partido desata una guerra contra la verdad. Orquestada por los MCM, la guerra consiste en un lavado de cerebro permanente de las masas. Configura la realidad que el Partido quiere imponer.
Este ensayo tiene como objetivo central reflexionar acerca de la función de los Medios de Comunicación Masivos como constructores de ideología, tomando como eje central el sistema político imaginado por Orwell.
Debido a la necesidad de mantener un orden metodológico y una estructura acorde a las ideas que se pretenden plasmar, el ensayo estará dividido en tres partes, a saber:
  • Contexto socio-político del autor.
  • El lenguaje y los medios de comunicación.
  • El papel de los comunicadores.
Los conceptos centrales que serán abordados en el presente son: medios de comunicación, sistemas ideológicos, cultura y poder.

PARTE 1: Contexto socio-político del autor.

Antes de avanzar en la exposición, es conveniente analizar con detenimiento el contexto en el que George Orwell escribe 1984. Sólo de esta manera es posible entender en totalidad la compleja trama de ideas que se desarrollan en la obra.
Los enfrentamientos armados producidos en la Guerra Civil Española entre el ejército regular republicano (bien equipado por la Unión Soviética) y las milicias anarquista-trotskistas dieron lugar a una auténtica purga a la manera de las soviéticas, y conllevaron al desarme de las milicias. Este hecho, trastocó increíblemente los principios ideológicos de Orwell, quien comenzó a pensar al comunismo ortodoxo como otra forma de dictadura equiparable al nazismo: dos caras de una misma moneda que no hacen sino despojar a las clases trabajadoras. La manipulación informativa y propagandística ejercida por el comunismo contribuyó a ocultar aquellos acontecimientos que le convenía sepultar. Nada diferenciaba al capitalismo del fascismo y del estalinismo.
La II Guerra Mundial terminó de conformar las inquietudes político-literarias de Orwell. Su fábula Rebelión en la granja (1945) muestra la progresiva degradación de los ideales revolucionarios, la instauración de la dictadura más opresiva y el resentimiento de Orwell contra un comunismo traidor de sus propios ideales.
Éste es el Orwell que, desencantado definitivamente con la clase política británica (más celosa, según él, de defender a los comunistas soviéticos que a sus propios políticos) y con la censura ejercida por los medios de comunicación acometió su obra más conocida: 1984. Así, la novela de Orwell pretende advertir en forma explícita del peligro comunista y de las consecuencias que este régimen tendría en caso de extenderse.
1984 es una distopía, es decir, una obra en la que se describe una sociedad opresiva y cerrada sobre sí misma, generalmente bajo el control de un gobierno autoritario. Estas distopías cobran gran importancia en el período de entreguerra y constituyen una advertencia a lo que podría ser el futuro si el poder se convirtiere en totalitario y se dispusiere a coartar los derechos del individuo y a manipular su percepción de la realidad.
No obstante, es preciso recordar que Orwell fue un socialista democrático y un defensor de la independencia crítica del escritor frente a la sociedad y el Estado. Sólo desde esta perspectiva es posible hacer una lectura de 1984 que no caiga en el facilismo de considerarla solamente como literatura de combate contra el comunismo. Orwell nos quiso prevenir de esa sociedad en la que el Estado se apodera de todo y convierte al individuo en una pieza de un engranaje monstruoso al servicio de la guerra, convertida en interminable y necesaria para la estabilidad del sistema. “En nuestros días, los elencos gobernantes lejos están de hacerse la guerra en forma contra un enemigo exterior, pero sí la hacen contra sus propios súbditos y su objeto no es el de conquistar o impedir la conquista de territorios, sino el de mantener intacta una determinada estructura social”1, dice Enmanuel Goldstein, el ideólogo de la Hermandad.

PARTE 2: El lenguaje y los medios de comunicación.

Como se adelantó en la introducción, el objetivo de este ensayo es reflexionar acerca de la función de los medios de comunicación como productores de ideología. No obstante, es imprescindible revisar algunos conceptos para luego avanzar sobre la problematización propuesta.
Entendemos que no se puede hablar de medios de comunicación sin hablar de la comunicación propiamente dicha. Y para referirnos a ésta, es necesario antes revisar el concepto de lenguaje.
Pensamos al lenguaje como la matriz constitutiva de la identidad (individual y social). Es un elemento indisolublemente unido al desarrollo de la vida afectiva, un componente central en la mediación del sujeto y el mundo. Es el vehículo de las interrelaciones sociales.
Cuando el niño descubre que con sonidos puede designar cosas es el momento en que tiene acceso a la función simbólica. Gracias a esta función, el hombre puede dominar el pasado, proyectarse al futuro, trascender el límite aquí y ahora para expandirse mentalmente de manera ilimitada. Por esto es que consideramos que el lenguaje va más allá de la comunicación. Lo concebimos como una institución social que nos convoca a participar como sujetos activos.
En su obra Curso de Lingüística General, Ferdinand de Saussure define al lenguaje como la facultad que tenemos los humanos de comunicarnos. Fija, además, una diferencia entre lenguaje, lengua y hablar. Sostiene que la lengua es el sistema de signos utilizado por una determinada población para comunicarse y que tiene una normativa y principios de uso formales. Por su parte, el habla es la individualización de la lengua, la aplicación que cada persona efectúa de ella.
Por otra parte, el lenguaje es el primer gran constructor de la realidad. Y esto no quiere decir que si un árbol se cayera en medio del bosque y no hubiera una persona cerca para comunicarlo, no existiría. No se trata de un extremo idealismo, ni mucho menos. La realidad no depende de una creación de los sujetos individuales, sino de una construcción común de la que participan los sujetos cognoscentes. Quizás para no entrar en polémicas que no se pretenden en este ensayo, sería conveniente referirnos, antes bien, a ideas o representaciones.
Consideramos a las ideas como las imágenes que se hallan en la mente humana; son, en otras palabras, las imágenes mentales que tenemos de la realidad concreta y objetiva a la cual no tenemos acceso más que por un mecanismo de resignificación. Las ideas dan lugar a los conceptos, los cuales son la base de cualquier tipo de conocimiento, tanto científico como filosófico.
Para no abundar en conceptualizaciones, es preciso que traslademos lo dicho en los párrafos anteriores al mundo ficticio creado por Orwell en 1984. Hablar de 1984 nos lleva indefectiblemente a referirnos a la neohabla. El propio autor explica, al finalizar la novela, de qué se trata esa lengua:
“Neohabla era la lengua oficial de Oceanía y fue ideada con el objeto de satisfacer las exigencias ideológicas del Ingsoc, o Socialismo Inglés”2.
Aparecen aquí dos ideas claves que caracterizan al lenguaje imaginado por Orwell. En primer lugar, hace referencia a que la Neohabla era una lengua oficial, como el español, el inglés o el francés. Es decir, era un elemento de comunicación como el que pretende ser cualquier idioma oficial en un estado en particular.
No obstante, la caracterización que Orwell nos ofrece no se agota allí. Aparece un segundo componente tanto más novedoso: la Neohabla fue ideada para satisfacer exigencias ideológicas. Nada inocente es el planteo de Orwell aquí. Pone de manifiesto que a través del lenguaje se expanden conceptos ideológicos que están necesariamente vinculados a una carga subjetiva y en ocasiones son radicalmente opuestos al significado de la palabra o frase en cuestión.
Uno de los conceptos fundamentales de la neohabla es el doblepensar. En el libro se explica de la siguiente manera:
“Doblepensar significa el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente. El intelectual del Partido sabe en qué dirección han de ser alterados sus recuerdos; por tanto, sabe que está trucando la realidad; pero al mismo tiempo se satisface a sí mismo por medio del ejercicio del doblepensar en el sentido de que la realidad no queda violada. Este proceso ha de ser consciente, pues, si no, no se verificaría con la suficiente precisión, pero también tiene que ser inconsciente para que no deje un sentimiento de falsedad y, por tanto, de culpabilidad. El doblepensar está arraigado en el corazón mismo del Ingsoc, ya que el acto esencial del Partido es el empleo del engaño consciente, conservando a la vez la firmeza de propósito que caracteriza a la auténtica honradez. Decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego, cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido sólo por el tiempo que convenga, negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar ni por un momento de saber que existe esa realidad que se niega... todo esto es indispensable”3.
¿Y qué mejor que los lemas del partido para ejemplificar el paradójico uso de las palabras?
“LA GUERRA ES PAZ
LA LIBERTAD ES ESCLAVITUD
LA IGNORANCIA ES FUERZA”
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La neohabla, ese particular sistema de signos, va reduciendo progresivamente el número de palabras del diccionario y simplificando su estructura a lo largo de los años, con el fin de disminuir al mínimo los términos contrarios a los dogmas partidarios.
En relación a esto, decíamos que las ideas, las representaciones que tenemos del mundo, se estructuran a partir del lenguaje. Si el lenguaje se empobrece, el pensamiento también lo hace. Es decir que el fin último del Partido es llevar a los extremos la dominación de la mente y desterrar la posibilidad de que los individuos puedan siquiera plantearse un mundo diferente.
Tal como lo expresó Syme (el amigo de Winston Smith, el protagonista de la novela):
“¿No comprendes que toda finalidad de Neohabla está en oponer barreras al pensamiento? Terminaremos por hacer literalmente imposible el delito de pensamiento, porque no existirán vocablos para expresarlo (…) Cuantos menos vocablos cada año, más restringido se irá tornando el radio de acción del entendimiento. Por supuesto, que incluso en los presentes tiempos no tiene el delito de pensamiento justificativo alguno. Pero con el tiempo ni siquiera eso será ya necesario. La Revolución será total cuando el lenguaje haya alcanzado su perfección. Neohabla es Ingsoc e Ingsoc es Neohabla (…) Inclusive habrá sufrido una evolución la literatura del Partido. Y se habrán modificado los lemas. ¿Cómo adoptar, en efecto, un lema semejante al de “la libertad es esclavitud” cuando ya no exista el concepto de libertad? Todo pensamiento se desarrollará en medio de un clima distinto. A decir verdad, no existirá ya el pensamiento, tal como lo entendemos hoy. Lo dogmático exime de pensar, de la necesidad de pensar. Acatar el dogma es vivir en un completo estado de inconsciencia”5.
Es en este sentido, que consideramos que la obra de Orwell no es sólo una excelente novela. 1984 es, además, un ensayo acerca del uso que efectúa el poder sobre el lenguaje, en general, y sobre los medios de comunicación, en particular.
Es cierto que los medios de comunicación tienen un claro papel educativo. Eso nadie lo discute. Pero, ¿siempre apuntan al pensamiento crítico o su discurso penetra en las mentes en forma autoritaria? ¿Posibilita, acaso, una reflexión sobre aquél mensaje que transmite?
Giroux hace referencia al papel de la educación y la alfabetización mostrando que no siempre el mensaje educativo es crítico, sino que puede ser también altamente hegemónico:
“Gramsci, verdadero maestro de la dialéctica, consideraba la alfabetización como concepto y como práctica social, como vinculada históricamente, por un lado, a las configuraciones del conocimiento y el poder, y por el otro lado a la lucha política y cultural en torno al lenguaje y la experiencia. Para Gramsci, la alfabetización era un arma de doble filo: podía esgrimirla tanto con el propósito de lograr la habilitación individual y social, como para perpetuar las relaciones de opresión y dominación”6.
En el primer caso, la educación se presenta como la posibilidad de la persona para comprender y transformar su sociedad a partir de un pensamiento crítico. En el segundo, la educación se convierte en una herramienta que utilizan los gobiernos para perdurar en el poder mediante la dominación ideológica de la población.
Esta capacidad que tienen los medios de adentrarse en nuestros pensamientos y configurar las representaciones que las personas hacemos de la realidad es utilizada, en muchos casos, para convencernos de una determinada postura que rara vez se encuentra alineada con nuestros intereses.
Lo que se mantiene latente en el discurso de la mayoría de los medios de comunicación masivos es la ideología consumista e individualista que en ellos subyacen, a través de la trasmisión de modelos de comportamiento. Es decir que las repercusiones que producen los medios de comunicación alcanzan lo psicológico a nivel individual y trascienden al ámbito de la cultura, produciendo cambios en los hábitos, actitudes y en el modo de vivir.
No obstante, ¿en qué se sustenta ese discurso? ¿De qué forma logra su cometido? El discurso de los medios se sustenta en el lenguaje. “La prueba de su importancia se evidencia en la continua pugna lingüística, que va más allá de la mera clasificación terminológica de sujetos o acontecimientos para adentrarse en la formación de una opinión pública sobre cualquier suceso”7.
Un claro ejemplo de la manipulación de las masas a través de los medios de comunicación masivos es el caso del nazismo. Goebbels, el ministro de Educación Popular y Propaganda del régimen nazi, prohibió todas las publicaciones y medios de comunicación fuera de su control, y orquestó un sistema de consignas para ser transmitido mediante un poder centralizado del cine, la radio, el teatro, la literatura y la prensa. Era también el encargado de promocionar o hacer públicos los avisos del gobierno.
Para mantener acalladas las mentes de la población, entre otras medidas de precaución, en el lenguaje oficial sólo se utilizaban eufemismos: no se escribía “exterminación” sino “solución final”, no “deportación” sino “traslado”, no “matanza con gas” sino “tratamiento especial”. Interminables se vuelven los ejemplos.
Lo que la historia nos cuenta de lo que fueron los autoritarismos no hace más que confirmar lo que Orwell apuntó en su obra. Es ineludible advertir la función que desempeña el lenguaje para modelar una sociedad que no admite ser controlada de forma explícita y violenta pero que, sin embargo, es víctima de numerosos controles.
Gracias a los medios, el paradigma de la globalización cultural no se impone a la gente. Penetra a través de formas sutiles de transmisión de valores, por la omnipresencia de los medios que difunden el mismo estilo de vida. Las significaciones que de allí surgen son aceptadas como legítimas y actúan forjando las identidades y los valores sociales, permitiendo que una clase predomine sobre otra. En este proceso, la cultura es importante, ya que cumple una función integradora y unificadora; los distintos grupos y clases sociales aceptan como legítimos ciertos valores y significaciones, aunque esto suponga mantener ciertas desigualdades.
El Gran Hermano os vigila. Está presente en cada uno de nuestros instantes. Y si no lo cree así, ¿qué hay de la radio, de la televisión, de los diarios, de Internet? Nos venden un mundo ideal delineado por la magia de la comunicación, en el que las desigualdades ya no existen porque todos tienen el mismo acceso a la información. Pero, ¿qué realidad ocultan a cambio? La de un África muriéndose de hambre, la de una Latinoamérica endeudada, la de un poder hegemónico despiadado. Incluso, estas mentiras se presentan con una neohabla adaptada a nuestros tiempos:
“El capitalismo luce el nombre artístico de economía de mercado; el imperialismo se llama globalización; las víctimas del imperialismo se llaman países en vías de desarrollo, que es como llamar niños a los enanos; el oportunismo se llama pragmatismo; la traición se llama realismo; los pobres se llaman carentes, o carenciados, o personas de escasos recursos; la expulsión de los niños pobres por el sistema educativo se conoce bajo el nombre de deserción escolar; el derecho del patrón a despedir al obrero sin indemnización ni explicación se llama flexibilización del mercado laboral; (…) las torturas se llaman apremios ilegales, o también presiones físicas y psicológicas; cuando los ladrones son de buena familia, no son ladrones, sino cleptómanos; el saqueo de los fondos públicos por los políticos corruptos responde al nombre de enriquecimiento ilícito; (…) nunca se dice muerto, sino desaparición física”8.
Nuestra realidad es un tanto distinta a la que describe Orwell en 1984. No obstante, no podemos dejar de señalar las semejanzas que se presentan. A lo largo de la novela, Orwell describe un estado totalitario en el que el peor delito era el de pensar por uno mismo, contradiciendo aquel poder absoluto y colectivo que significaba el Partido. Tal como lo escribió Winston en su diario: “El delito de pensamiento no significa la muerte; el delito de pensamiento es la muerte”9.
Sin embargo, no se trata aquí de una serie de mentiras sin concordancia. Al contrario, el Partido domina la verdad a partir de un sistematizado proceso de manipulación. Para ilustrar lo que venimos diciendo, nada mejor que la frase: “Quien domina el pasado, fiscaliza el futuro; quien es dueño del presente, domina sobre el pasado”10.
El futuro será de quienes han manipulado el pasado hasta el punto de modelarlo a su antojo. Mediante la anulación de cualquier tiempo que no sea el mismo presente se podrá evitar la contestación al régimen. El único pasado existente es aquél que el Partido dispone. Esta realidad configura un futuro perfecto. El pasado, en perpetuo movimiento, dará lugar a un futuro inmóvil, en el que no quepa la disidencia.
Retomando la idea de que los medios de comunicación penetran en cada momento de nuestras vidas, tomaremos el ejemplo de la televisión.
La metáfora del panóptico, elaborada por Foucault, sirve para dar cuenta de un mecanismo en el que los sujetos no son castigados, sino que se los disciplina a través de dispositivos de vigilancia. La cárcel, pero también la escuela, la fábrica, el hospital, funcionan de esta manera. En Pouvoir et televisión, Etienne Allemand, adapta las ideas de Foucault a las sociedades contemporáneas.
La televisión funciona como un panóptico invertido. Es una máquina de organización y gestión, que invierte el sentido de la visión al permitir a los vigilados ver, sin ser vistos. Ahora ya no funciona sólo por control disciplinario sino por fascinación y seducción. No es el Gran Hermano quien nos mira, sino que somos nosotros quienes miramos al Gran Hermano, aunque él nos organiza y nos controla. La televisión, por su presencia misma, instala el control social en la propia casa. No hay necesidad de imaginarla como periscopio espía del régimen en la vida privada.

PARTE 3: El papel de los comunicadores.

Hemos realizado un recorrido por los aspectos más importantes en relación a los medios de comunicación, la cultura y los efectos ideológicos en 1984. Hemos advertido el poder que tiene el lenguaje y los medios para configurar las representaciones que tenemos del mundo. Hemos señalado que los medios no sólo transmiten información, sino que contribuyen a crear estilos de vida, costumbres, formas de hablar.
Sin embargo, también hemos explicado que no siempre estas potencialidades que tienen los medios de comunicación son utilizadas con fines críticos. Es por esto, que es inevitable preguntarse qué hacer ante este peligro de ser sometido a la mentira. Dice Olea:
“Las instituciones, las organizaciones y las empresas utilizan este mecanismo (el de la dominación) para reducir la resistencia del sujeto y su subjetividad en beneficio propio, negándoles así el derecho a la posibilidad de pasar de individuos sociales a sujetos sociales, según el decir de Castoriadis, capaces de analizar y criticar lo instituido, en la búsqueda adulta de satisfacer sus propias necesidades y no en pos de las necesidades de las estructuras de poder”11.
Para asegurarnos que la dominación se neutralice, es necesario que antepongamos nuestro compromiso con la sociedad y el sentido ético de nuestras acciones. Sólo a través de una verdadera responsabilidad, democratizaremos la comunicación y contribuiremos al desarrollo de nuestra sociedad.
Es frecuente escucha aquello de la “objetividad” del discurso. No obstante, consideramos que la objetividad es técnicamente imposible. Aquello que sí es imprescindible hacer es dejar en claro desde dónde decimos lo que decimos. Es necesario montar estrategias comunicacionales que permitan transparentar las huellas ideológicas, para que éstas no se oculten ni distorsionen la información, sino que sean un elemento más de construcción social.
Luchar contra la dominación es posible. Orwell se encarga de dejárnoslo en claro. Sino, prestemos atención a Los principios de neohabla. Llama particularmente la atención el uso del pretérito en los tiempos verbales. Es decir que ese apartado estaría escrito en un tiempo futuro, posterior a 1984.
El texto no está escrito en neohabla. Sino, en nuestra lengua. Se habla de la neohabla en pasado, así como del calendario fijado para su implantación. Podemos presumir, por tanto, que la neohabla ya no existe. Esto nos hace suponer que las ambiciones del Ingsoc y el Gran Hermano han fracasado. No es algo que Orwell explicite, pero el manejo de los recursos literarios así lo muestran.
Quizá ésta sea la puerta de entrada a la democratización del lenguaje. Los comunicadores deben ser la voz de aquellos que no pueden hablar y el oído de aquellos que no pueden escuchar. Su responsabilidad primera consiste en formar ciudadanos críticos que no se dejen avasallar por los discursos que, por convicción o por conveniencia, propaga la ideología dominante: la de aquellos grupos socio-económicos que controlan el poder y los medios de comunicación.
Orwell nos está ofreciendo un indicio razonable de que se puede luchar contra el Gran Hermano y, quién sabe, quizá derrotarlo.

6 de octubre de 2010
Calificación: Distinguido

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Notas:

1 ORWELL, George: 1984, Traducción: Bray, Arturo, México, A. Guerrero Editor, 1999, pág. 162.
2 Ibíd., pág. 243.
3 Ibíd., pág. 175.
4 Ibíd., pág. 9.
5 Ibíd., págs. 48-49.
6 GIROUX, Henry: “Introducción: La alfabetización y la pedagogía de la habilitación política”, en FREIRE, Paulo; MACEDO, Donaldo: “Alfabetización: lectura de la palabra y lectura de la realidad”, Barcelona, Editorial Paidós, 1989, pág. 25.
7 TOLEDANO BUENDÍA, Samuel: La neolengua de Orwell en la prensa actual. La literatura profetiza la manipulación mediática del lenguaje. Revista Latina de Comunicación Social, Nº 62, 2006, pág. 8.
8 GALEANO, Eduardo: Patas arriba. La escuela del mundo al revés, México, Siglo Veintiuno Editores, 1998, pág. 34.
9 ORWELL, George: op. cit., pág. 29.
10 Ibíd., pág. 202.
11 OLEA, Liliana: Atravesamiento Contextual del Observador y Analista Psicosocial. Revista Psicología Social, Nº 10, Agosto de 2009, pág. 159.